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La “e” final

Anoche me despertó un llanto, venía de la calle, una chica, de voz joven, lloraba desesperada mientras conversaba con alguien en su teléfono, no puede distinguir la conversación entera, pero por lo poco que se entendía su chico, su novio, su amor o su esperanza la había abandonado. Lo que más pude escuchar con claridad era una desesperada letanía: ¡porqué, porqué!, después los puntos de admiración se hicieron de interrogación ¿por qué, por qué?, la intensidad fue bajando y tanto lo repetía entre mocos y sollozos que ya no podía ni pronunciar bien,  las palabras se disolvieron en letras “p p o r q que”, y después de repetirlo varias veces la última “e” se hizo tan eterna y débil como la mezcla de un susurro y un suspiro dentro del átomo de un átomo, las lágrimas fueron todo, la gramática dejó de existir.

En su viaje por esa “e” final sentí algo parecido a lo que ella sentía, me resultó tan familiar y dulce su dolor, por su intensidad, por su sinceridad, por su pureza, y fue como si un golpe inesperado iluminara tantos huecos que nunca había entendido… , “la vida es esto” me dije, intensidad, sinceridad, pureza.

La intensidad per se, la de tener el enorme y raro privilegio de sentir, de estar sujetos a lo inesperado constante, la intensidad de caer cuando uno no lo espera, de enamorarse cuando uno no lo espera, la intensidad de un orgasmo lleno de placer, de ver nacer un hijo propio, de resucitar cuando uno no lo espera, y de morir inevitablemente siempre sin aviso en este juego de equilibrio ciego que es la vida, en el que te dan unas cartas, sabes instintivamente que es un juego, pero nadie te dice las reglas, no hay, las pones tu, tu creas la partida, y no hay dos iguales.

La sinceridad porque no queda más remedio que ser sinceros, porque respondemos ante un cuerpo tan frágil, una piel tan desnuda envolviendo un alma tan única, que ante el vernos reflejados ante otras fragilidades no podemos ser más que abiertos, amplios en la verdad, sinceros en nuestra huérfana hermandad, somos huesos, fluidos, espíritus que nos tocamos los unos a los otros mediante ese hilo de imperiosa igualdad, esa es la única sinceridad, la de sabernos nosotros y todos al mismo tiempo. Alguien no miente cuando miente, sólo se esconde un poco, o mucho, dependiendo del grado de miedo o incertidumbre que sienta, es el miedo a la incertidumbre precisamente lo que nos define, en realidad nacemos sinceros, no mentirosos, pero en la partícula más fundamental, en la vibración cuántica más profunda está escrito el código de ese temor, todos llevamos ese miedo, y no hay mayor sinceridad igualitaria que temblar ante él, esta es la experiencia humana, un camino de sinceridades mutuas y compartidas.

Pureza de los sentimientos que no se pueden escribir, contar ni explicar. Se define pureza como “libre y exento de toda mezcla de otra cosa.”, y eso deben ser las emociones, un yo que sé que está exento de otra cosa que no sea ese yo que sé, la filosofía, el psicoanálisis, la política, o cualquier sistema inventado por la razón son vanos intentos por conducir a una explicación de algo que es meramente experiencial, puro y egoísta (egoísmo del latín “práctica del yo individual”), como la experiencia humana, libre y exenta de toda mezcla de otra cosa.

Lo difícil es mantener la humildad en este proceso vital que nos envuelve (y que nos parece a veces caótico, el caos es la respuesta al miedo al que me refería), y darse cuenta que hay cosas que nunca vamos a comprender, otras que nunca vamos a alcanzar y otras que nunca vamos a ser. Por eso deberíamos vivir más en el viajar que en el permanecer, más en el hacer que en el decir, más en el padecer que en el conocer, más en la honra que en la queja, más en el amar que en el entender el amor. No hay tiempo para pensar, sólo para vivir.

Sólo hay una única verdad cósmica y universal: todo tiende al crecimiento, y morir no se escapa a ese sino. Morir, como vivir, es sólo la etapa de un desarrollo mayor, que humildemente, no podemos entender, que no debemos entender, y si aceptar con calma y sabiduría. Entonces tendríamos que superar esa tendencia a la tragedia humana de “polvo eres y en polvo te convertirás” eso es una trampa para hacernos dejar de crecer, porque somos infinitos en la existencia, antes de ser polvo fuimos otra cosa, y después seremos otra, y mientras, somos mortales humanos. Acaso me resuena mejor “luz y oscuridad fuimos, luz y oscuridad somos y luz y oscuridad seremos”.

Sólo permanece el cambio, y cambio constante es novedad constante, hay que dejarse arrastrar por la corriente de esa ignorancia a lo que fue, y será, por el llanto de un amor que nos deja, y sentirlo con alegría hasta el final.

La chica que me despertó llorando sufría porque es dueña del gozo de ser humana, porque antes fue feliz, sólo así entenderemos que no hay felicidad sin agonía, y que todo es un proceso de trascendencia lógica, preciosa, única.

Todos vivimos en definitiva en la “e” final de un «por qué», en la lágrima alargada de esa chica que anoche me despertó.