Archivo de la etiqueta: asfalto

Lorazepam

Intentas descansar por quinta semana consecutiva (cambiar la montaña por la ciudad no te sentó muy bien), cierras los ojos y las paredes de papel vuelven a su tortura de transparencia sonora, en la habitación de al lado tu madre tose, la vecina, que confunde comunicarse con gritar, vuelve a la carga, todo parece una protesta, el mundo la maltrata y nadie la entiende, rezas por oír el portazo final que precede su silencio, la otra pared susurra una televisión constante, las noticias que se repiten, los concursos para descerebrados, las teletiendas por la noche, en la habitación de al lado tu madre tose, desde el patio interior se mezcla el reguetón del segundo con las sevillanas del cuarto con el chaval que estudia trompeta del quinto, acentos latinos, ucraniano o ruso, rumano, árabe, hay muchas ventanitas, muchas historias, al mismo tiempo en sintonía universal desde la calle el del butano utiliza su llamada habitual que consiste en golpear con un metal las bombonas, para que sepamos que está ahí, que vende gas, que las bombonas son de metal y que es ahora o nunca, la gente responde y sale al balcón a gritar su piso y su letra, como antiguamente se gritaba lo de “agua va” antes de tirar la vacinilla de caca y pis por la ventana, en la habitación de al lado tu madre tose, pasan dos mujeres por la calle contándose la vida como dos altavoces sordos, como si nos importara a alguno que el Pedro no saca a pasear al perro nunca y que la otra está cansada de tanto calor, que le sienta fatal (es Sevilla, es verano, oh sorpresa), en la habitación de al lado tu madre tose, a una cierta hora, todos los días decenas de niños gritan en el parque de sombra y cemento bajo tu casa, y se te quitan las ganas que tenías de ser padre, el rumor de cada coche y puta moto/pedo que pasa te recuerda que el aire que respiras no es tan aire, que acabarás tosiendo tu también hasta el vómito final si te quedas en este barrio.

Abres los ojos tras tu simulacro de siesta, notas tus ojeras tan caídas como tus huevos y tus huevos hinchados como dos ojeras de vampiro, porque hace ya casi cuatro o cinco años que no practicas sexo bueno, y antes de eso habían pasado otros tantos años, recuerdas a tus primeras novias, la baba, la novedad mutua de meterse mano, las ganas adolescentes, cuando de un beso con lengua y un roze en tu entrepierna hacían que te corrieras debajo de los pantalones en el banco de un parque, o en el asiento del autobús camino al instituto aprendías a tocarla a ella, fue mucho después lo de las sumisas, las drogas, el porno, los tríos, el látex, los límites del juego, y ahora piensas en adolescentes y en babearlas, pero no te atreves ni a mirarlas por la calle, te resistes a tu viejo verde interior, te culpas por el deseo de lo prohibido, en realidad, si fueras sincero contigo lo que te pasa es que te sienta como el culo que ni te miren, que te vean como a un viejo sin color.

Muy a lo lejos distingues unos pájaros piando, no son los mismos del cortijo de la montaña en la que vivías, pero algo te resuena: la libertad del silencio, el aire limpio, la soledad en la compañía del bosque, la Plenitud fuera de todo y dentro del mundo. La montaña te cambió, te hizo olvidar y recordar quién eras, en la habitación de al lado tu madre tose.

Son ya las cuatro de la mañana, pasa un grupo de borrachos cantando, para ellos el mundo está vacío y muy interesado en sus melodías, y entonces, otra vez, recuerdas que no te vas a ir de aquí de momento, y lo sabes, porque el día que tu madre deje de toser la vas a echar de menos, y no quieres sentirte mal por no haber disfrutado de ella un año más, tu sola presencia la hace feliz, y cuando sonríe se le borran las arrugas y hasta parece que tenga dientes, se lo debes por no haber estado durante tanto tiempo, algo en ti repite que estás haciendo lo correcto, que estás haciendo lo correcto, que estás haciendo lo correcto.

A las seis de la mañana, unos perros se daban los buenos días desde el edificio de enfrente al mío, entre ensoñaciones pensé que justo en aquel momento una raza alienígena había extinguido a otra en una guerra intergaláctica, los púlsares y quásares después de eones seguían siendo los relojes perfectos de Dios, me gustaba creer eso de que el universo seguía en expansión a no sé cuantosmil kilómetros por segundo, alguna supernova habría por fin explotado dando vida a otros universos dónde habrían barrios horribles, televisores, perros hablando, gente ladrando y paredes de papel.

Al día siguiente visité a mi nuevo médico de cabecera vestido con mis ojeras, para decirle que llevaba semanas sin poder dormir, que igual no me entendía, pero que vivía en la montaña, y ahora me mudé a este barrio, yo esperaba ansioso que me trate como la mayoría de médicos y me recete sin sentimiento alguno unas pastillas, pero resultó ser un buen tío y buen médico, así que me recetó los nombres de unos pueblos y sierras cercanas, por dentro me cagué en su maldita profesionalidad, asentí, le sonreí con sinceridad, le di las gracias y le comenté a posta algo que le diera pena, al final, me acabó recetando algo.

«No puedes ni imaginar lo aterrorizado que estoy»