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Esperanza

Esperanza nació ciega, no hubo tiempo para ambulancias, traslados al hospital, ni siquiera para llegar hasta el dormitorio, nació en el pasillo principal de su casa, en zona de transiciones, como si su decisión primera hubiese sido esa, esa y la de no ver.

Su ceguera, se hizo evidente, al menos físicamente, desde el primer momento. La mayoría de niños nacen con los ojos semi cerrados, ella fue todo lo contrario más una peculiaridad: el color jade/esmeralda que cubría todo el globo ocular, sus ojos eran dos grandes piedras preciosas en movimiento, pero no dotados de la frialdad y dureza de los minerales, sino orgánicos, vivos, brillantes, con la curiosidad de un planeta nuevo. No emitió ningún sonido al nacer, mejor dicho, ningún llanto, su madre juraba que la escuchó cantar en el momento del parto, aunque el revuelo general en la casa impidió que los demás la oyeran. Y como es habitual en las personas con alguna discapacidad, ella tenía desarrolladas otras cualidades para compensar el “desequilibrio general”, en su caso un oído absoluto que rozaba lo mágico, cuando sus padres hablaban a decenas de metros o en otra habitación, ella daba signos de oírlo perfectamente porque contestaba, mejor dicho, gemía asintiendo o rechazando las opiniones de los mayores, tanto fue así que sus padres desde el principio se acostumbraron a hablar muy bajito y el perro a no ladrar con sus vecinos, y eso que vivían en una barriada de esas que parecen panales de abejas, donde la gente acostumbra gritar mucho, quizás imitando el zumbido de las abejas.

Pasaron las semanas y el silencio empezó a adueñarse de la casa, no un silencio inquieto de hospital, más bien espiritual de monasterio, lo curioso es que ese aire callado parecía atravesar las paredes y contagiar a las casas vecinas porque paulatinamente dejó de oírse cualquier zumbido o portazo por los pasillos, hasta el cartero depositaba en orden y silencio las cartas sobre cada celdilla del panal que era el bloque H, el de Esperanza.

Nadie pareció alarmarse, la calma que comenzó en el bloque se fue paulatinamente adueñando de los contiguos, primero el G y el I, después el F y el J, únicamente quienes no vivían ahí se quedaban atónitos al pasar delante y por supuesto, callados por una fuerza mayor.

Se pasó de hablar bajo a susurrar, y después a un silencio telepático, contagioso, un silencio que fue en aumento hasta el día que antes de su primer cumpleaños Esperanza murió.

Fue un funeral sin llantos.